sábado, 23 de abril de 2011

Plagios caros

El director de la London School of Economic, Howard Davies, ha dimitido. Su episodio pertenece a los pequeños daños colaterales, de los miles de daños vitales y esenciales que diariamente desbordan nuestro ánimo democrático y tristeza humana, desde el norte de África.
Como sabemos, la tesis doctoral de Saif Al-Islam, hijo mayor de Gadafi, sobre “EL PAPEL DE LA SOCIEDAD CIVIL EN LA GOBERNANZA DEL MUNDO GLOBAL”, resulta que tiene toda la pinta de ser un plagio, y para más inri, ni la leyó, o por lo menos ni la comprendió y mucho menos asumió. Simplemente soltó libras para la institución académica, manejó para acá y para allá los conocimientos de Mr. Davies y colegas,  y los bien pagados profesores se consideraron en el deber de enseñar al que no sabe, practicando evangelismo financiero a la mesnada gobernante del longevo dilema libio.
Papá Gadafi se puede sentir contento con su hijo porque, aunque se le cuestione su trabajo académico por plagio, argucias de corruptor tiene, y pericia de dictador implacable ha demostrado ante el pueblo libio. A Mr. Davies y compañía  de la LSE les ha salido “la jaca jaco”, les ha sobrado academicismo y les ha faltado pericia mundana  para adentrarse  por los vericuetos siniestros de la geopolítica, mordidas del saber.
Otro ridiculizado copiador nos surgió en Alemania, el Ministro de Defensa, zu Gutemberg. El joven ex-ministro dimitió de su cargo porque su tesis doctoral realizada en la universidad de Bayreuth, también era sospechosa de plagio. Eso sí, como era un alumno de los caros, su familia tuvo la generosidad de donarle a la Universidad 150.000 euros. La carrera del ministro germánico más popular ha sufrido de dopaje ilustrado.
En España, amén de Ana Rosa Quintana, de plagio efímero, el gobierno de Aznar nos colocó de director de la Biblioteca Nacional a Luis Racionero, acusado de plagio, muy  a tono con el puesto que ocupaba. Racionero, siempre se excusó en la hipertextualidad y del  fruto de la superabundancia de acceso al conocimiento, del que se dispone en esta época digitalizada; forma palurda de denostar a  los españolitos que no sabían cortar y pegar.
La guasa letrada nos ilustra, -que si copiamos de un libro se llamará plagio, si copias de varios lo denominaremos investigación. Para el consuelo de los aficionados a fusilar páginas de otros sin citar sus fuentes, la historia de los sospechosos de tales prácticas incorpora desde Berceo a Quevedo, y de Cela a Lucía Etxebarría. Ni nuestro Cervantes, ni García Márquez se sacuden el estigma.
Los muy enredados en la Red, dan una cantidad de lugares en Internet donde, por precios módicos o menos módicos, puedes poner a un “negro” especialista a realizar tu tesis doctoral o cualquiera de los trabajos que necesites para emborrizar tu currículo. Será el tiempo de la vigilia universitaria, o  si no podremos tener ministros y famosos de pon y quita, cuando un ratón de bibliotecas se adentre en su historial adulterado.
Un amigo académico sabio de erudición fantástica, me contaba en su ocaso, de cuántas horas de otra vida hubiera dispuesto de no leer tanto plagio. Un día asistíamos al recital de una famosa folclórica y mientras el público se entusiasmaba con las letras novedosas y sentidas de sus cuplés, mi severo amigo me recitaba letrillas idénticas de cancioneros populares españoles, perdidos en la noche de los tiempos.
Todo está escrito, pero ahora toca plagiar el manual del derrocamiento de Gadafi, tantas veces escrito ¡SOS!.
Curro Flores
7 de marzo de 2011





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