sábado, 23 de abril de 2011

A dos velas

A dos velas la pluma arañaba el papel usado y el verso salía fértil y certero de las manos de su creador, el hombre que escribía acababa de desconectar su ordenador, apagado la luz,  desenchufado el televisor y solo se permitió oír lo justo en un viejo transistor, y a dos velas, por aquello de estar al día de cómo llevaban las tareas las tropas aliadas frente a Gadafi, como el equipo local de fútbol nos auto estimulaba y más incertidumbres sobre la tragedia japonesa.
Aguerrido combatiente del progreso estuvo rodeado hasta ese momento todo lo electrónico, hasta ser un consumidor vital de todos los mix energéticos  electro culturales de economía sostenible, y cuando las pilas  se le agotaban también se sacudía una bebida mix de aporte energético con altos componentes vitamínicos, todo aventurado para terminar en el parador de la seguridad social conectado a más cables a la vuelta de los años, y con posterioridad al fogonazo incinerador.
El poema empezó sobre al sátrapa disfrazado de acomodador de circo en jaima machacando a los libios, protegido por su oasis petrolífero, mientras las huestes de los derechos humanos se demoraban en actuar mientras desenmarañaban sus intereses energéticos; continuaba angustiado por los temblores de las velas bailando al compas de un terremoto de replica infinita, se sumergía en la devastación de un tsunami y repetía un oráculo contra la fuerza invisible de la radioactividad que amenaza al ejemplar nipón.
Son tantos días conjugando tragedias vertiginosas que impedían poner cada cosa en su sitio; la coctelera sufría de ese punto de excesos que impiden encontrar el sabor del brebaje,  parecía casi una insolencia ocuparse de Haití, Chile, Túnez, Egipto, Moodys… Hasta Gúrtel se pretendía consumir en las hogueras falleras.
La salida del miedo y la incertidumbre de este hombre encontraba la consolación áurea en las palabras que escribía, pero se debatía entre el simulador de la batalla en la play, o la foto sepia  de la imagen de Gandhi; la certera disciplina del samurái con las inimaginables consecuencias del escape de radioactividad.
Por eso en ese arranque hispano de propósito de enmienda, redujo su gasto energético al del pabilo  tembloroso de unas velas guardadas para la previsión de un corte de luz. Era demasiado para su mente encontrar el quid de la cuestión, su aleteado trotar por el progreso sucumbió a la perplejidad del mix energético; la presencia en primera plana de los cátedros de  física atómica lo escamó tanto que su biblioteca de Alejandría particular de miles de volúmenes en pdf quedó destruida e inutilizable en el cubo de basura.
Antes de romper el viejo televisor, por el vicio indeclinable de la última copa, se flageló con el mando a distancia. Las imágenes las ocupaba el fallero mayor Camps, siempre acicalado, le acompañaba templando gaitas Rajoy, quién no sacó a su primo para decirnos que el debate sobre la energía nuclear no tiene color político y que lo debemos concluir  por su populismo irritante -¡caramelo!
Apagó de inmediato el televisor, dejó la escritura, decidió acostarse temprano para poder ir andando al trabajo tras una leve ducha de agua fría. Buscó no obstante un viejo cancionero para ir recordando las canciones que no volvería a escuchar en su ipad, su oficina móvil también fue a la basura. -¡hay gente pa  tó!








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